Sonrisas macabras que lloran aun lado de su cama, por no haber logrado aterrar a quien del horror ya nada gana, ojos que espantan y dan miedo pero con ternura acarician el desvelo del sujeto que solo pedía un te quiero.
Esta mas maldita la punta de su pluma que escribe con sangre que ya nada le asusta; sin embargo se cobija entre un fuerte de almohadas y cenizas, porque aquello que lo mata, no son cuentos de hadas; son la luna y la velada, que se confabulan para recordarle el nombre de su amada.
Rodriguéz A.
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