9 abr 2011

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Relato: ¡solo quisimos ser perfectos!

Hubo una vez, una hermosa princesa, tan perfecta, tan magnífica que el día en que abrió sus ojos al mundo, sus padres perdieron el amor entre ellos solo por otorgárselo a ella, ningún hombre volvió a amar a otra mujer más que a esa niña, no importaba, porque las mujeres también la deseaban, era tan grande su belleza que la tierra dejo de girar cuando dio su primer paso, solo para que no fuese a perder el equilibrio, emanaba tan magnífico esplendor que el sol prefería alargar el día, solo por observarla un poco más.

Hasta que un día un hombre considerado sabio dijo —esta niña cual bello rostro es tan perfecto que el hombre es inmundo ante ella, es la epítome de la evolución humana, no existe nombre que la describa como solo puede hacerlo la paz, deseo y amor que sentimos al verla; propongo que en el momento en que la niña pase a ser mujer, los hombres la poseamos para así crear una descendencia igual de perfecta, descendencia hermosa, los hombres asintieron y a lo lejos un anciano dejo caer una lagrima.

Al cumplir los 12 años de edad, gotas de sangre tintaron su manta, su madre lo observo y corriendo hacia su esposo, grito y grito— ¡ya es hora, ya es hora!-el padre excitado dijo— guarda silencio horrenda mujer, que nadie lo sepa aun, así será solo nuestra—pero un niño escondido entre las sombras lo escucho todo, y le pregono al pueblo entero, y este a su vez al a ciudad entera y esta a su vez al país entero y este a su vez al mundo entero, ¡ya es hora!.

Los hombres, las mujeres, los niños, los ansíanos, corrieron desesperados a su encuentro, una persona entre el tumulto gritaba que no resistiría 3 o 4 días mas, que ella seria suya en cuanto la viera. Frenéticas las multitudes al verla, se abalanzaron sobre de ella, se desvistieron, la desvistieron, todo era caos, llanto, dolor y amor, hasta que se escucho un grito tan hermoso y tan terrible que el mundo entero cerró los ojos por un momento, y continuaron poseyéndola.

Tres días después cuando la gente por fin cesó, notaron que solo tocaban, penetraban, observaban un trozo de carne amorfo, la niña fue destrozada, destruida, amada, todos entristecieron—que hemos hecho— decían en sollozos, el anciano que alguna vez dejo caer una lagrima cuando se decreto la violación universal, se acerco a la especie de cuerpo sin forma que aun yacía en el suelo, lo levanto en sus brazos y dijo:

—El mundo jamás será tan hermoso como queremos, mientras sigamos deseando que así lo sea—
Fin
Arian A. R. Alegre 

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