23 ago 2012

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Culpa


Caminamos solitarios en la noche, el mundo consumió su último suspiro. Aun la luna parecía indiferente, como si aquello que nos observase hacer fuese un pecado; pero no lo era, claro que no lo era. Tú me preguntabas con una sonrisa entre los labios. —¿Por qué eres tan serio? —Quise conservar ese silencio, enfrascarlo, convertirlo en la pieza principal de aquel nicho en que guardo mis rencores e indiferencias. Conteste —Simplemente no tengo nada que decir.

—Eres una horrible persona, ¿sabías? — fueron las palabras que dedicaste a mi presencia, con una mirada de mujer y de niña, coqueta y dolorosa. Vaya que lo sabía, siempre he sabido que soy un hombre horrible.
Aún cuando tú hermana lloraba al decirle que estaba enamorado de ti; esa mujer a la que siempre protegió como una hija. Aun hoy ignoro el motivo de su llanto, ¿acaso fue el que me alejara? ¿O el descubrir que ya no eras aquella niña, a la cual besaba en la noche mientras le decía que su madre pronto llegaría? Pero divago, lo que quiero decir es que aún al ver su fragilidad, yo no dejaba de pensar que pronto estaría entre tus brazos, que pronto tu mirada y la mía, harían el amor en el cosmos que se forma entre los amantes camicaces.

—¡Eres horrible! —repetiste, mientras te acurrucabas en mi hombro y retiraba la lágrima que corría por tu mejilla. Nunca creí que tu hermana falleciera; no, no de aquella manera, ¿Por qué se suicida la gente? Sé que no fue nuestra culpa, que nuestro amor era sincero.

Jamás debí casarme con una mujer para después fugarme con su hermana; contigo. Aún creo que su muerte no fue culpa nuestra, o tal vez si lo creo y por eso escribo.

Arian A. R. Alegre

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