Le temo al otro, le temo por haberme aprisionado en algo que jamás quise ser, pero sin embargo soy.
Le temo por haberme subyugado de tal forma que su látigo me acostumbro a su dolo, dolor tan reconfortante y placentero, que aun sabiendo el peligro que conlleva no puedo alejarme de él.
Le temo por dejarme cicatrices, cicatrices que al ser curadas serian la causa de mi extinción en este mundo, cicatrices a las cuales me volví tan dependiente que en ocasiones incremento solo para sentir que aun pertenezco al otro, a lo que temo.
Le temo por la elegante mezquindad con la que sodomiza mis anhelos, le temo por la fragilidad que aparenta, apariencia falsa que me da la idea de poder vencerlo, ¡pero sé que fracasaría!
Le temo por sanguinaria fragancia seductora que atormenta mi reposo y me mantiene en vigilia solo para temerle aun más.
Pero la causa principal de mi temor, es saber que puedo convertirme en él, porque desde que soy lo que jamás quise ser, he soñado con ser lo que temo.
Salvador Dalí “niño mirando el nacimiento del nuevo hombre”
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