11 jul 2010

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El niño que no decidió.


Había una vez un niño con doble personalidad, una era libre y la otra prisionera, viviendo entre la podredumbre de los recuerdos, de los fantasmas psicóticos, los sueños más perversos y las lágrimas más crueles.
La personalidad prisionera, lamentaba cada minuto de existencia, cada segundo era agonizante, día tras día le imploraba a la personalidad libre que la dejase salir, pero esta, tan cruel como bondadosa, hacia caso omiso de tales lamentos agónicos, pero al llegar la noche y escudarse ante el grillete de la inmovilidad, la personalidad libre respondía:
-           por tu bien no puedo dejarte salir, el mundo no está preparado y nos aniquilarían a los dos.
Y era cierto, el mundo tan cruel y tan cobarde, tan sádico y tan humano, aun no estaba listo para cerrar los ojos y poder ver en realidad. La personalidad prisionera solo atinaba a contestar:
-           ¡muerte! La muerte seria la ausencia del sufrimiento en el que me retienes y prefiero la nada a este todo tan mísero en el que me encuentro, la media vida oculta en la que lloro.
Tras varios años de queja continua, de lamentos de voz gris. La personalidad libre le dijo a la presa:
-          hagamos un trato, Suicídate, yo podre continuar sin ti y si valor te falta yo mismo te matare.
La personalidad presa, con una voz tenue y tímida, tan cansada por tantos años de dolor respondió:
-          ¡Está bien! ¡lo haré!, pero sabes que necesito de tu ayuda, tu y solo tú tienes libre acceso a ese cuerpo, a ese niño, así que suicidarme no es opción, necesito de tus manos para que me asesines.
La personalidad libre lo entendió, pero sabía que no era una asesina, le dijo a la prisionera que le dejaría un brazo para ella sola.
-          Tendrás libre acceso únicamente a ese brazo, toma una navaja y corta la vena que te da vida.
La personalidad presa, tomo la navaja, corto, corto tan profundo que la sangre broto y su voz cada vez era más ligera, más tenue, la personalidad libre lloraba por la muerte próxima de su hermana, compañeras de tantas noches, habitantes del mismo cuerpo.
Cuando por fin la personalidad presionara murió, la que quedaba. Sola, tan sola, suspiro y se dijo:
-          Haaa, bueno, fue mejor así, ahora estoy listo para el día que viene.
Cuando quiso abrir los ojos para recibir el nuevo día, ahora sin el peso de la otra personalidad, no logro hacerlo, en esa cama yacía un cuerpo inerte, un niño pálido y sin rasgo alguno de vida en el. Con su último aliento grito:
-          ¡Que hice!, ¡que hice!
Hasta quedar afónico, pero era demasiado tarde cuando comprendió, que no podía seguir sin la otra personalidad, que no solo eran hermanas, juntas. ¡Eran el niño!
Rodríguez A.

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